lunes, julio 05, 2010

El rapto

Sé que algo va mal y, sin embargo, no soy capaz de hacer nada por evitarlo. Como en todos los momentos decisivos de mi vida, estoy solo. La única diferencia es que aquí la soledad adquiere una presencia: es cada vez más azul, cada vez más fría, cada vez más envolvente. En mi mano izquierda un instrumento mide la soledad de mi cuerpo. La aguja ha atravesado la estación de las cinco atmósferas. Cierro los ojos y anoto bajo mis parpados las cuentas. Este segundo que pronuncio me acerca medio metro más al fondo. Estoy cayendo. Y como en todos los momentos de mi vida, estoy cayendo solo. De la oscuridad circundante no brotan manos que me ahorren la caída. Ya no puedo eludir la necesidad de abandonarme al vértigo. Con la mirada busco el éxito en mis pies, que son mi embajada en este abismo. La luz, tan perezosa, apenas me escoltó los primeros metros. De ella sólo quedan ya anécdotas de luz, trazas de fuego en suspensión que amenizan la caída y me hacen sentir menos alimento para leviatanes. Mis pies, como siempre, columpiándose sobre el abismo. Esa parte de mí tan lejana y tan querida.

He hecho bailar mis pies sobre todos los abismos de la Tierra. De los abismos lejanos se cuentan historias que me llenan de orgullo. Hay otros abismos más propios. De éstos nada he contado hasta ahora.